viernes, 6 de abril de 2012

Siete.

Siento tu cuerpo. Fuera de los cobertores hace frío, pero abrazarte y sentir tu piel me hace sentir cálido, del modo más agradable que puedo imaginar.
Pienso que en que quiero escribir esta sensación, y mis manos siguen recorriendo tu piel, abrazándote, ubicándose en ese lugar, donde terminan tus costillas y mi mano queda perfecta y no siento frío, a pesar de estar saliendo de una faringitis.
Y los pies, escapando del plumón se hielan hasta que se reencuentran con los tuyos, y en medio de esa danza que nunca aprendieron pero que sin embargo saben, vuelven a estar bien y te lo agradecen.
Y hablamos, entre susurros nos conocemos. No nos creemos, preguntamos dos veces, confirmamos y dormimos. Un sueño ligero, del cual despiertas cuando el otro despierta y lo acaricias. Y aunque estás seguro que tendrás sueño al día siguiente, lo vale.
Sabes que el tiempo pasa y no lo quieres. Las persianas abajo te hacen pensar que nunca amanecerá, que por más que nos despertemos antes del alba, ese tiempo de yacer será siempre de noche, será siempre nuestro momento.

Y tengo miedo. Te he dicho que muchas veces tengo miedo. Pero no es ese miedo malo, más bien es ese miedo bueno, el miedo que te hace saber que lo que viene es bacán, que te estás enamorando y que encuentras que tu vida marcha bien.
Que estás feliz.