domingo, 26 de febrero de 2012

Y no sé

Volví y lo de mismo empieza a pasar. Esas ganas de dormir al final son las que ganan.

Mochileo II

Y en un intento por conocer Chile más a fondo, en un proyecto ultra personal que creo no haber comentado, aguantaba hasta las conversaciones más aburridas, intentando captar todo, lograr condensar la idiosincrasia del país en el que nací y que sin embargo lo tengo como un desconocido.
Un pequeño resumen de los lugares en los que estuvimos.

Día uno: A las afueras de santiago, pullally, los vilos y llegamos a coquimbo en la noche, arriba de un escarabajo. Dormimos donde Sergio, el primo de la mamá de Pedro.
Día dos: De coquimbo, después de caminar harto y estar todo el día de pie, logramos sólo salir de la serena. Pasamos la noche en un pronto.
Día tres: Nos llevaron temprano, pasamos por vallenar, luego copiapó y terminamos en caldera. Conocimos bahía inglesa. Pasamos la noche en el patio de una amiga de Sergio.
Día cuatro: Nos toman en la mañana en la copec de caldera, llegando al cruce taltal. Unas cervezas calientes con mucha marihuana le dan el toque. En medio del desierto por primera vez, solos y disfrutando. Nos llevan hasta las proximidades de la negra, sintiendo vértigo por la velocidad y a la vez esa indiferencia ante la muerte. Pasamos la noche en La Negra, con más mochileros y carrete.
Día cinco: De la Negra nos costó salir, pero una camioneta nos mostró la magia del hachis en medio de los cerros de antofagasta, dejandonos en medio del desierto a nuestra suerte, llegando a la deshidratación. Nos llevan hasta calama, recuperé un jabón líquido, compramos pan, cervezas, nos juntamos con Calameño, tapé el único baño del terminal, más cervezas y a esperar el bus a San Pedro de Atacama. Pasamos la noche allí al ir al camping de una amiga de una niña que unos tipos del bus conocieron allí mismo.
Día seis: Conocer San Pedro en medio del embrujo del paragua. La vida se hizo más irreal, esa felicidad por dentro, esa capacidad para despreocuparnos. Arrendamos bicicletas, nos quedamos en medio del desierto en pana, con tormenta eléctrica en medio de lluvia y viento. Pasamos la noche en San Pedro.
Día siete: Seguíamos en el pueblo, un poco más dispuestos a partir. Después de hacer nada toda la tarde y discutir asuntos ontológicos con mi conciencia, partimos a Calama, en bus. Allí, con la negación a estar en esa ciudad en bus nos fuimos a iquique. Pasamos la noche en el bus.
Día ocho: En Iquique, mis tios nos alimentaron, y después de recorrer la ciudad nos fuimos a tomar el bus dirección Oruro, el cual se quedó atrapado en la aduana debido al retraso que llevaba. Pasamos la noche en el bus, en medio de relámpagos y un frío que te calaba los huesos.
Día nueve: Ya en oruro decidimos partir a la Paz, cada vez más enamorado de las ciudades bolivianas. Con el dato que teníamos, junto a un gran grupo fuimos al Carretero, una hostal muy buena.
Día diez: Caminar y conocer la Paz, caminar rápido y ahogarse. Ir a comprar artesanías, conocer a la Cami. En medio de la nada, aparecen doce gramos de marihuana a cambio de cien bolivianos, unas siete lucas Chilenas. En medio de la alegría, el THC bullía en nuestra sangre al volver a la hostal y jugar a conocer nuestro límite. A los cuántos pitos llegabamos a la sobredosis. No la alcanzamos.
Día once: A Copacabana partimos, queríamos conocer el Titicaca. Llegamos tarde y no pudimos pasar ese día a la Isla del Sol. Dormimos donde Mariela, con ese miedo a las pulgas y a los otros bichos que fue injustificado a la mañana siguiente.
Día doce: La Isla del sol en medio de una nube de cannabis. Conocer la inmensidad del lago que era imposible concebir. Caminar y notar que las zapatillas son cómodas. Volver a copacabana y cambiarnos a otra hostal, queríamos descansar. Dormimos en una hostal con nombre chistoso. Creo que en ese momento todo me parecía chistoso.
Día trece: Enrolamos los últimos pitos y se nos acabó la marihuana. Como las malas profecías decían; no era infinita. Volvimos a la paz y allí, después de almorzar tomamos la micro hacia Oruro. Los festivales nos llamaban, toda la gente jugando con agua en las calles. En Oruro llegamos al colegio-hostal, con tocata en la noche y un reencuentro casual.
Día catorce: Salir temprano a ver las comparsas, mucha cerveza desde temprano, almorzar rico, volver a celebrar, tomar, tomar, tomar, bailar, bailar, bailar e ir a dormir con la esperanza de despertar.
Día quince: Partimos temprano, el grupo se separó. En medio de caras tristes, partimos a Iquique de vuelta. Nos encontramos con la Jo en la aduana, logró pasar droga. Pasamos la noche donde mis tios.
Día dieciséis: Después del carrete de la noche anterior, salimos a trotar. Después de almorzar, ir a la playa, tomar unas latas y hacer un hoyo gigante en la arena. Volver, ducharnos, comprar y recuperar un vino, ir a la playa a ver las estrellas, sentir el ruido del mar, conocernos y sentir la mezcla de thc y alcohol en la sangre.
Día diecisiete: Nos vamos de iquique, nos separamos y el auto del Seba con la Jo vuelcan. No sabíamos qué hacer, nadie nos llevaba a mi y a Pedro mientras ellos estaban en el hospital de tocopilla y compraban los pasajes de vuelta a Santiago desde el aeropuerto de Antofagasta. Nos quedamos tirados en Río Seco, con destino a Tocopilla.
Día dieciocho: Nadie nos llevaba y los vecinos nos dieron de comer. Al final, cansados de esperar tomamos un bus de la municipalidad hasta Chipana. Desde allí, caminamos hasta el Loa. Nos quedamos dormidos haciendo dedo.
Día diecinueve: Nos levantamos temprano y nos llevaron hasta Antofa. En el lider, nos pillaron con arrollado de huaso, y lo devolvimos. Salimos y comimos pan con queso, porsupuesto, recuperado. No nos costó llegar a la negra, bajamos unas pendientes arriba de un carro de supermercado y la noche nos pilló en la Negra. En esta ocasión, estabamos solos.
Día veinte: Un camión nos tomó en Antofa, y en caldera lo ayudamos a cargar. Todo el día andando, finalizó el día en Vallenar, con un churrasco italiano. No tenía muchas ganas de comer carne.
Día veintiuno: Partimos temprano y todo el día arriba del camión. Más de ocho horas sin comer fueron interrumpidas por los siempre queridos dulces de la ligua. A las afueras de Santiago nos tomó una camioneta que nos dejó en maipú, luego nos fuimos a Bella y entre cervezas y papas fritas, con música en la Jukebox celebramos la vuelta a nuestra ciudad natal.

Y ahora, acá.

Mochileo

Y llegué, estoy acostado en mi hamaca, en medio de ese desorden que me recuerda lo que vendrá, esa casa en la que viviré, con música fuerte hasta de noche, un poco de ropa en el suelo, un suave olor a perfume que no sentía de hace semanas, y mi bicicleta allí, que mañana la lavaré antes de sacar a dar una vuelta, esa que tanto ansío.

Y pienso que vivir es genial, estar en el centro de tu vida, volver del norte a bella, bajar sus chelas, sus papas fritas, leer, gritar, escuchar música denuevo, pensar en el amor, en las amistades, en la velocidad, en que debo cargar el celu, en que no encuentro nada en mi pieza, en que me hice un café con leche helado porque me quedaré hasta tarde acá, quizás pensando en lo que hice, en lo que haré, en lo que falta por hacer.

Y es que esa sensación de que mis dedos no se acostumbran al teclado, aunque escriben en el como si lo conocieran de toda la vida. Esa sensación de no acostumbrarse a nada, de querer que algunos días pasen, de hacer fuerza, de cansarse, de dormir abrazado a la nada y pensar en que la vida sigue, y la vida se pone cada vez más interesante, aunque no te des cuenta, que la familia sigue allí, siempre queriendote, pero de pronto ya no sabes si lo que quieres ahora es lo que querías antes.

Pero por sobre todo, ese sentimiento sobrecogedor de saber que todo saldrá bien, que todo es la cumbia y que el sol siempre sale, como en una isla en la que quise vivir.

Y sobre el mochileo¿ Algún día, algún día.