viernes, 1 de junio de 2012

Las ganas

de llorar se las lleva el viento.
Siempre lo ha hecho, y últimamente lo hace el tabaco.
Y las cenizas caen en tu cama, y no quieres, porque la última vez que la hicieron quedó bien hecha y me gustaría que quede bien hecha por mucho tiempo.

Me gustaría que siempre esté así, con el recuerdo de esa sonrisa a medias que me encanta, esa sonrisa que sé que es de felicidad y que no pregunto de qué es.
Y asoman, pero es raro, es la primera vez que ocurre.
Y no sé qué hacer, me siento raro, me siento ajeno, me siento lejos de mi mismo.

Pero es que estoy frente a una pared que sé que debo escalar, que lo haré, pero ahora no veo por donde.
Así que pongo ese postrock que conozco. Que he vivido y que he visto vivir, esa canción que en una obra de teatro también casi te hizo llorar, sólo que allí las cosas no eran verdad, sabías que en media hora ibas a estar aplaudiendo, con un nudo en la garganta y una sensación de plenitud, de saber que entiendes el verdadero amor, no como ahora que no entiendes, que te da rabia que te de rabia y que la reprimes.

Y que te arrepientes. Que sabes que todo es mejor de a dos, pero extrañas la simplicidad de vivir en tu propia mente, donde es más fácil engañarte.
Y dan ganas de sacar Rayuela. Aquel libro que no leí, pero que sabes que debes leerlo.
Y los días pasarán. El alcohol acallará las penas. Como lo hacía.

Y, finalmente, se las llevó.

Y el sabor a frutilla se vuelve agrio. Y te apena no saber cómo demostrar que si un espacio es de Hausdorff los singleton son cerrados, porque tampoco sirve escapar a un mundo de topologías.
Y dan ganas de enrolar otro, sólo que no hay papel. Cómo me gustaría tener un smoking rojo. O uno naranjo.