miércoles, 5 de septiembre de 2012

Al fin, se decidió

Después de unos cuantos días de sentimientos alocados, no saber bien qué hacer en esa situación, no saber que pasará y a ratos estar triste, en otros indiferente y en otros despreocupado, pasó lo que iba a pasar.
Me dijo que quería que termináramos, que estábamos puro weando.
Y con esa frase dicha, se van todas esas ensoñaciones sobre lo que iba a pasar, todos los sueños, todas las proyecciones y todo ese amor que quedó por dar.
Y es que era la primera vez que me enamoraba de ese modo.
Ahora espero no dejar de creer en el amor, ni madurar demasiado por supuesto.

Hace algunos meses

Muchos meses en realidad, que estuve un poco obsesionado con Salinger. Cada cierto tiempo hay autores distintos, y en ese momento, era la cumbia.
Y en las varias lecturas que le di al libro Nueve Cuentos, creo que rescaté este párrafo que me gustó, y creo que así he reaccionado los últimos días:

...

Ya veo que no te importa --dijo Boo Boo.
Su cigarrillo formaba un ángulo inusitado con sus dedos: la brasa ardía peligrosamente cerca de uno de sus nudillos. De pronto sintió el calor y dejó que el cigarrillo cayera al lago. En seguida sacó algo de uno de sus bolsillos laterales. Era un paquete, más o menos del tamaño de un mazo de naipes, envuelto en papel blanco y atado con un acinta verde.
 -Este es un llavero -dijo, sintiendo cómo la mirada del chico se alzaba hasta ella-. Igual que el de papá. Pero tiene más llaves que el llavero de papá. Este tiene diez llaves.
Lionel se inclinó hacia adelante en su asiento, soltando el timón. Extendió las manos en actitud de recoger
.-¿Me lo tiras? -dijo-. Sé buena.
-Vamos a pensarlo un poco, Rayito de Sol. Tengo que meditarlo. En realidad, debería tirar este llavero al lago.
Lionel la miró con la boca abierta. Cerró la boca.
 -Es mío -dijo, con una entonación cada vez menos imperiosa. Boo Boo, mirándolo, se encogió de hombros.
-No me importa. Lionel se arrellanó lentamente en su asiento, observando a su madre, y estiró la mano hacia atrás para tomar el timón. Sus ojos reflejaban una pura percepción, como su madre sabía que reaccionaría.
-Toma -Boo Boo le tiró el paquetito. Aterrizó perfectamente entre sus piernas. Lionel lo contempló un momento, lo alzó, lo examinó en su mano y lo tiró luego de costado, al agua. Miró en seguida a su madre, pero en sus ojos no había desafío sino lágrimas. Un segundo después su boca se distorsionaba hasta tomar la forma de un ocho horizontal y se ponía a llorar copiosamente. Boo Boo se incorporó, con cuidado, como alguien a quien se le ha dormido un pie en el lecho, y se introdujo en el chinchorro. Un instante después estaba sentada en el asiento de popa, con el navegante en su falda, y lo mecía y le besaba la nuca y le daba algunos datos:
 -Los marineros no lloran, querido, los marineros nunca lloran. Solo cuando se les hunde el barco. 0 cuando naufragan, y están en la balsa, sin nada para beber salvo...
...

Y no quiero seguir tirando al agua las cosas que quiero. No quiero.
A hacer las cosas bien, y jugarmela con todo!