lunes, 21 de enero de 2013

Imaginen

Una casa congelada en el tiempo.
No porque el tiempo no pase en ella, sino porque no pasa nada a lo largo del tiempo.

El polvo se acumula, las arañas tejen redes más y más intrincadas mientras ven cómo todo transcurre lento, un día tras otro y todo continúa igual.
Un rayo de luz entra por algún recoveco entre la madera, el polvo se mueve lentamente en un movimiento browniano que sería relajante de no ser porqué, el ambiente es oscuro.
Todo quedó congelado de la peor manera posible.

Una pelota de futbol en la misma posición que quedó, quemandose por un lado mientras gente camina por al lado sin siquiera notar que está allí.
Toda la habitación desordenada con ira. Todo revuelto, allí donde no debería estar. Objetos rotos, vidrio en el suelo, una frustración gigantesca reflejada en cada objeto y en su sombra.
Y cada día verlo allí. Todo intacto, como si el tiempo no desgastara a los objetos.

Y eso es porque el tiempo te desgasta a ti. El precio que hay que pagar por llevar el pasado en el presente.