lunes, 15 de octubre de 2012

Era sábado

Y faltaba un día para que se cumplieran ocho meses.
Ocho meses desde que nos vieramos por primera vez, y sin saberlo nos comprometieramos a pasar juntos el año que se venía por delante.
El maravilloso año que ha pasado.
Y después de esos tres cuartos de año en los que yo insistí, e imaginé, en que salieramos a andar en bicicleta, se cumplieron.

Me levanté temprano y corrí a hacer clases particulares. Después de hacer esas dos horas que se pasan volando, me subí a la flaca y partí corriendo. Al llegar y esperar un poco, salimos, sacudimos la bicicleta olvidada, la inflamos, compramos un pulpito de elásticos y partimos a andar, ambos sin casco, ambos felices y anhelantes.

Un camino azaroso, andar por la vereda y hablar. Más que andar era compartir sobre dos ruedas, sentir el viento, el sol en nuestras cabezas y poco a poco conociéndonos más, averiguando un poquito más de nuestro pasado, y de cómo andar bien en bicicleta.

Volvimos, y guardamos la bicicleta con la promesa de volver a salir.

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