domingo, 7 de mayo de 2017

Hígado

Más de cien kilómetros, 114 para ser exactos, me separaban de Jensenville y Graaff Reiner, lugar donde me estaban esperando. Traté de pedalearla en un día pero estaba sufriendo. No sufriendo, pero pensar en que tenía que llegar si o si era una obligación que me di cuenta que no quería cumplir. Así que decidí buscar alojo entremedio, más cerca de Graaff Reineta para poder llegar ahí temprano. Así que dije: en la próxima granja que encuentre me detengo.

Mala suerte la mía que no había ninguna granja a la vista, ni siquiera los árboles grandes que indican la presencia de una granja se veían en el horizonte. Me detuve en una estación de trenes abandonada, saqué unas fotos y miré el horizonte. Plano plano, y solo arbustos, cactus y alguna que otra plantita pequeña.

Suena La Conquistada mientras escribo esto.

Así que seguí pedaleando, resignado a buscar una granja para dormir y conseguir agua. Después de unos pocos kilómetros noté el río, seco, por los árboles grandes que crecen junto al lecho. Y justo al cruzar el río, me pilló una granja bonita, grande y muy bien cuidada.

Historia conocida, solo habían trabajadores y tenía que esperar al hermano del dueño que andaba cazando. Después de que volvió y me dijo que no había problema con estar ahí, me mostró la mounstrosa cantidad de animales muertos, mientras los abrían y dejaban listos para comer, curtir o guardarlos. Muchos. Y algunos muy grandes, con los ojos negros y opacos.

Mi agua hervía para el café de la tarde y un tecito, cuando vino a preguntarme si comía liver. Antes de recordar qué parte del cuerpo era el Liver, o si bien era un animal o algo, respondí que sí, que como de todo.
Así que lo acompañé nuevamente a la faena, y le pidió a in trabajador que me pasara un hígado. Me dijo que lo asara, que podía usar leña y el quincho.

Sin saber muy bien cómo cocer hígado, hice fuego en un lado, y separé brasas en otro. Y tiré el trozo de carne, rojo y sangrante, a la parrilla. Un lado lo aliñé con sal y ajo, y el otro con sal y merkén. Lo di vuelta un par de veces y cuando pensé que estaba listo comí una puntita. Suave la carne, sin fibra y con un sabor poco conocido. Rico. Raro. Así que corté por la mitad el hígado, pensando en que le iba a convidar un poco a los perritos, cuando se me cae una mitad al suelo. Nada que hacer, perritos afortunados.

La otra mitad me la zampé, dudé, pero la disfruté. Ahora un tecito antes de dormir, y al saco.

1 comentario:

Anónimo dijo...

En las cirugías el hígado es el órgano más hermoso, como puede ser tan liso? Tan brillante? Tan perfecto.